Viendo las noticias en la televisión, Simon Rosenberg, descubre que es el centenario de la Primera Guerra Mundial. Como ha superado con creces los cien años, se pregunta si tal vez no es uno de los últimos supervivientes, si no el último… ¿Quién sabe? Así que decide presentarse y hablar con la prensa; está solo, sus hijos y su esposa murieron hace mucho tiempo, está sufriendo y quiere dejar este mundo… Pero está asustado. Estas celebraciones despertaron en él el olor de la carne humana quemada, cuerpos destrozados, gritos, bombardeos incesantes, hombres que se vuelven locos, este sufrimiento le come el cerebro y las entrañas le impiden dormir durante años. Simon, que vive recluido durante tanto tiempo, enredado en su culpa de haber sobrevivido al infierno, con la única compañía de un televisor y una enfermera que le visita dos veces al día. Simon no puede morir, como si algo lo devolviera a la vida, como si quisiera testificar para la posteridad. Sí, Simon quiere difundir su mensaje, pero su mayor temor es que su testimonio no le interese a nadie. ¿Todavía atrae realmente a las generaciones más jóvenes? Simon tiene un secreto que arrastra como una carga, uno que sólo él conoce y que podría haber cambiado el destino de la historia mundial. Eso es lo que quiere compartir, eso es lo que le apaciguará. Todavía tendrá la fuerza para enfrentarse a la arrogancia de un editor inepto y sin alma, que no muestra ninguna empatía. Y finalmente es una mujer, una periodista Samia Zitouni, que vendrá a visitar a Simon, y que encontrará que sí realmente, uno puede cambiar el significado de la historia con un simple movimiento de dedo, al igual que un latido del ala de una mariposa puede  desencadenar un tornado al otro lado de la tierra.