Un violinista callejero se dispone a tocar en su rincón habitual como hace todos los días para ganarse la vida. Sus ropas están remendadas, la funda del violín desgastada. La música comienza a sonar, interpretada con gran maestría.
Una chica, atraída por la música, se detiene a escuchar. Se recrea en la melodía y su cuerpo comienza a moverse. Al principio de forma tímida, pero paulatinamente se va relajando, se abandona y se deja guiar por el ritmo del violín. La joven atrae toda la atención del músico, que baila como si la melodía sonase solo para ella.
El hermoso espectáculo que ofrecen esconde un sueño; un sueño roto que se niega a morir. Desde pequeña ella quería ser una gran bailarina, como sus ídolos, pero tuvo que huir dejando tras de sí sus zapatos de baile. Para el violinista los escenarios han quedado atrás; ahora debe ganarse la vida tocando en la calle.
En el presente, en el encuentro, nada importa, solamente la música, sólo el baile, sólo lo que un día soñaron ser.
Por un instante han vuelto a vivir su vida.
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